Cada vez que don Fulano se pasa por las oficinas, cesa el murmullo que siempre las recorre. Es curioso: da la sensación de que los teclados suenan mucho más en su presencia y las voces enmudecen. Sí: don Fulano es el dueño de la empresa y lleva dos años quejándose de que los beneficios están cayendo.
Y, es curioso, cuanto más baja el margen para don Fulano, más sube el índice de pánico entre sus empleados: cuando una de cada cuatro personas que desea trabajar y no puede, quien sí está trabajando prefiere no ver a su jefe o empresario demasiado cerca. Cambiemos esa situación.
La diferencia es incrementar la productividad con la estrategia del miedo y del “detrás de ti hay muchos que estarían encantados de tener tu puesto, por menos sueldo y produciendo más”; o la del “si llegamos a producir tanto, tenemos premio”.
La diferencia entre palos y zanahorias (con perdón por la analogía)
La primera, desgraciadamente única para muchos, puede ser efectiva, pero también puede hacer que cunda la desmotivación y una competencia poco sana en la que cada cual haga la guerra por su cuenta. Es muy probable que acabe por ser contraproducente.
La segunda idea, la del premio, acabará por ser beneficiosa para todos. Es buena, en tanto en cuanto une a un equipo, que vence gracias a sus cualidades como equipo. Buena, en tanto en cuanto, el mecanismo mental del trabajador abandona la espiral del miedo. Explicamos esto último:
Romper la espiral del miedo
Si un empleado sólo sabe de la empresa que va muy mal y que cada vez gana menos, lo único que va a percibir es la amenaza de los recortes de sueldo o personal, ante lo cual las posibilidades de desmotivarse son muy altas: “total, si mañana voy a estar en la cola del paro, para qué voy a dejar este encargo perfecto”.
Con la promesa de un premio si se llega a determinado objetivo, el pensamiento se convierte en “es posible que estemos ganado menos, pero si dejo eso perfecto y me da tiempo a echar una mano al de al lado, que es un poco peor que yo en el trabajo, la empresa tendrá dinero para pagarme y, además, nos lleva de viaje”.
La diferencia puede ser muchas cosas, pero en ningún caso sutil.
Y un último apunte, éste desde el punto de vista del empresario: con estos objetivos logrados, lo que habremos conseguido es, al fin y al cabo, incrementar nuestros ingresos. De este modo, lo que vamos a hacer pagando el viaje, el regalo, o lo que quiera que paguemos a los empelados es devolverles sólo una parte de lo que nos han hecho ingresar de más.
Empleados contentos. Empresario contento. Y viceversa, claro.