Es un arma peligrosa. Efectiva, sí, pero muy peligrosa. No hablamos de ningún tipo de bomba –recuerda qué blog estás leyendo-, sino de las redes sociales. Quien más quien menos ha leído o visto alguna noticia como la del décimo quinto cumpleaños de una muchacha que se convirtió en un macro botellón de proporciones bíblicas.
Y es que la muchacha organizó un evento en Facebook e invitó, involuntaria o inconscientemente, desde su perfil, a todo aquél que quisiera pasarse por su casa. Llegados a este punto, y para entender qué ocurrió es bueno saber cómo funcionan, por norma general, las redes sociales:
Llamemos a cada usuario o perfil “nodo” y cada línea de comunicación que establece con otros nodos, “vértice”. Bien, una vez que estamos de acuerdo en la terminología, supongamos y un nodo con –algo normalito- cien vértices. Éste nodo, decimos, ha enviado un mensaje a sus nodos afines: “El sábado fiesta en mi casa”. Y la ha pifiado.
Estructura de red (de ahí su nombre)
Es posible que nuestro festivo nodo de nivel 1 conozca realmente a buena parte de los nodos del nivel 2. Pero estos a su vez conocerán a 100 nodos del siguiente nivel de proximidad. Aunque sólo diez de los cien reproduzcan la invitación, son ya 1.100 personas las que saben, como poco, que alguien celebra el sábado una fiesta.
Que de esas 1.000 nuevas personas, por mantener el porcentaje, 100 se hagan eco del mensaje a través de sus cien vértices hacia un tercer nivel: ¡11.100 invitados! Con que sólo uno de cada diez acuda a la fiesta, el jardín de la joven se va a ver pisoteado por 1.110 pares de zapatillas ansiosas de baile y de juerga.
El peligro por defecto
Hasta aquí el peligro por exceso. Ahora el riesgo de quedarse corto: La misma joven (que no aprende) envía el mismo mensaje a sus contactos. Como sabe lo que puede pasar, se deja los ahorros de su corta vida en poner tarima flotante sobre el jardín, alquilarle el suyo al vecino y en contratar cátering como para alimentar a un ejército pequeño durante un año.
Ahora son doscientos los contactos que tiene, gracias a la macro fiesta. Como, además, es muy buena chica, y muy simpática, nadie quiere disgustarla y, al igual que la otra vez, todos dicen que acudirán. Pero a última hora cien deciden que no pueden arriesgarse a que les pisen las zapatillas nuevas; cincuenta han encontrado algo mejor que hacer; y cuarenta y nueve no recuerdan quién es la chica esa que tienen como contacto en Facebook.
Resultado: nuestra amiga se encuentra en mitad de un espacio previsto para dos mil personas a solas con el compañero de clase feo y buenazo al que todas las chicas dan de lado. Al menos sus amigas no la verán hablando con él…
¿Es preciso que extrapolemos el caso a la organización de otro tipo de eventos?
El buen uso de las redes sociales afianzan el éxito que podemos tener en una campaña y el conocimiento de ese evento para futuros clientes potenciales. Pero, tengamos cuidado, porque puede afectar a nuestra reputación si no se usan adecuadamente. Si en el caso de una fiesta hubiera sido una conferencia donde no se informaba del aforo el caos que puede ocasionar puede ser mayor que la Catedral de Santiago.
No podemos invitar a lo loco, seleccionemos, informemos y, para todos aquellos que no hayan podido asistir porque se han agotado todas las plazas, empecemos a expandir un nuevo mensaje: ¡el streaming!