Es curioso como una canción del grupo orensano “Los Suaves” lo refleja perfectamente. Pero sólo cuando la cantan en directo: se trata de la dramática, de la dura letra de “Mártires del Rock and Roll”, en la que se cuenta como unos jóvenes fallecen al regreso de un concierto en Madrid.
Lo cierto es que suelo canturrearla cuando voy a un concierto del género que sea, en Madrid o en cualquier otro lugar. El estribillo dice “A Madrid vamos buscando sueños./A Madrid héroes a quien seguir”. Pero, en directo, al menos en los que un servidor ha escuchado, Yosi, el cantante, remata el último de los estribillos con un “¡Sí, sí!: ¡los héroes estáis aquí!”
Más allá de la exaltación, musical y patria que me producen “Los Suaves”, he de añadir que estoy plenamente de acuerdo con Yosi: un concierto, al igual que cualquier otro evento, no es absolutamente nada sin público.
¿Por qué vamos a los conciertos?
Un público que ha desembolsado un dinero que en ocasiones no tiene, que ha recorrido más kilómetros que para cualquier otro asunto, que va a ver a unos músicos a los que muy bien puede ver en vídeo, y gratis desde su casa.
¿Por qué, entonces, vamos a los conciertos? Intuyo que esa es una de las respuestas que, si conociera, sería millonario. Ni siquiera sé decir por qué lo hago yo. He tenido la inmensa fortuna de disfrutar del directo de Metallica, de Scorpions, de Siniestro Total, de Rocío Jurado, El Consorcio, Amaral –un inciso: Eva Amaral es una de las personas con las que he tenido la suerte de charlar (y de que me invitara al concierto) y puedo asegurarte que es encantadora-…
Un todo indefinible
He disfrutado de todo tipo de música y de cantantes en directo y lo que me hace repetir, sea el concierto que sea y quienquiera que lo ofrezca, es una sensación. O varias. O ninguna de las anteriores. No lo sé.
La expectación. El aire que te hincha el pecho cuando a segundos de empezar suena “The ectasy of gold” y sabes que están a punto de aparecer los Hetfield, Ulrich y compañía. El oír tu voz coreando “Still loving you” por encima de los miles de vatios de sonido del pabellón. La ronquera tras berrear “Pardao”. El sueño cuando conduce otro en el viaje de vuelta. El recuerdo que sabes que será imborrable…
Lo que nos hace ir a los conciertos… No lo sé. Y prefiero no saberlo, por si se rompe la magia.